jueves, 19 de abril de 2007

Escuela de Ocio y Tiempo Libre Don Bosco - Cuentos para profesores

Los colores de las aves

(Leyenda india)

En el lejano país de los indios existía un gran bosque. En él los árboles, las plantas, las flores lucían sus más hermosos colores. Era una selva llena de luz y color.

En esa misma selva había multitud de aves: grandes, pequeñas, medianas, pero...eran todas de color blanco. Cuando las aves veían el hermoso colorido de las plantas les entraba sana envidia. Disfrutaban de ellas, volaban de rama en rama, pero eran un punto blanco en medio de aquel bullir de colores.

Un día se reunieron todas las aves. Habló la lechuza, llena de años y experiencia:

- Nos hemos reunido para ver si encontramos alguna solución a nuestro único y común color blanco. Somos monótonas, pobres en colorido. Y no queremos seguir así.

Habló el papagayo:

- El sol es quien con sus rayos da el color a los árboles y las plantas. A él debemos acudir.

- Así es – dijo el loro con acierto -. Propongo que hagamos una gran marcha de todas las aves para hablar con el sol y pedirle que nos llene de colores.

Así hicieron. Una mañana al rayar el alba todas las aves emprendieron vuelo hacia el cielo, allá hacia lo alto, donde habita el sol.

El sol cuando las vio a lo lejos y adivinó sus intenciones se asustó sobremanera:

- ¡Qué hacen!¡Insensatas, se van a quemar con mi calor! ¡Nubes, nubes!

Mirad las aves, vienen hacia aquí. Son unas insensatas, se van a quemar.

- ¿Qué hacemos señor?

- Reuníos rápidamente. Formad una gran tormenta, lloved, mojadlas para que no se quemen...

Así hicieron. Las nubes soltaron sus aguas. Una lluvia fina comenzó a refrescar a las sedientas aves. El sol desprendía admirado sus rayos hacia ellas y...¡Salió el Arco Iris!

Las aves comenzaron a bañarse en sus colores. Y al hacerlo, unas manchaban sus picos de rojo, otras sus alas de verde, otras sus plumas de amarillo, otras su cola de azul, otras...Todas disfrutaron subiendo y bajando por el Aro Iris y se llenaron de colores. Ya cansadas, volvieron a la tierra. Desde aquel día no desentonaron en el colorido de la selva.

Por eso cuando oigáis al amanecer el piar y el cantar de miles de pájaros y aves, sabed que en ese momento elevan sus cantos y voces para agradecer al sol sus ricos y hermosos colores...

Las cuatro velas

Cuatro velas se quemaban lentamente. En el silencio de la habitación se escuchaba su triste conversación:

- “Yo soy la PAZ, pero las personas no pueden mantenerme encendida mucho tiempo. Creo que me voy a apagar...”

Y se apagó.

Habló la segunda:

- “Yo soy la FE. Las personas no quieren saber nada de mí. ¿Para qué seguir

encendida?”.

...Y también se apagó.

La tercera dijo tristemente:

- “Yo soy el AMOR. Estoy triste. Las personas me abandonan y no comprenden mi

importancia, la importancia de amar”

...Y también se apagó.

De repente entró en la habitación un niño, vio las tres velas apagadas y se dijo: - “¿Pero qué esto? ¡Qué poca luz! ¡Qué miedo...!

El niño comenzó a llorar:

Pero entonces habló la vela que quedaba con llama:

- - “No tengas miedo, niño. Yo soy la ESPERANZA, y con mi fuego podemos encender las demás.

Pero entonces habló la vela que quedaba con llama:

- - “No tengas miedo. Yo soy la ESPERANZA. Tómame y con mi fuego podemos encender las demás”.

Tomó en sus manos la vela que todavía ardía y con ella encendió las demás. Una luz intensa iluminó la habitación.

La Paz. La Fe, el Amor y la esperanza siguieron iluminando intensamente. El niño ya no tuvo miedo

Blancos y negros

Había una vez una hermosa y mítica selva. En ella abundaban los más variopintos animales que vivían en paz y fraternidad: leones, tigres, jirafas, antílopes, cebras...

En mitad de la selva había un claro en el que los elefantes salían a pasear.

En él lucían sus mejores galas unos hermosos elefantes blancos. En sus trompas descansaban las aves, en sus enormes orejas anidaban los pájaros, los rayos del sol reflejaban en sus hermosos lomos blancos, paseaban sus blancas patas blancas siempre limpias...

En ese mismo claro de la selva salían a pasear unos hermosos elefantes negros. En sus trompas descansaban las aves, en sus enormes orejas, anidaban los pájaros, los rayos del sol refulgían en sus hermosos lomos negros, paseaban sus negras patas siempre limpias...

Pero un día un elefante dijo a otro de distinto color:

- Yo soy más guapo que tú,

- ¡Que va! En mí reluce mejor el sol.

- ¡Faltaría más!

- ¡Me lo vas a decir a mí!

Al principio comenzaron a levantarse la voz, luego se dieron una pequeña trompada, un empujón, luego una patada, una zancadilla...Enseguida vinieron otros elefantes y en aquel claro del bosque comenzó una brutal pelea: trompazos, patadas, golpes... El estruendo era terrible...En medio de la pelea unos elefantes blancos y negros se escaparon e internaron en el bosque. Los demás siguieron pegándose y pegándose. Fue tan dura la batalla que murieron todos, blancos y negros. No quedó ni uno...

Al cabo de muchos, muchos años, en aquel mismo claro del bosque comenzaron a salir elefantes...GRISES.

Abiyoyo

Hoy os contaré el cuento de Abiyoyo – comenzó mamá Nieves.

Había una vez, en un pueblo muy lejano llamado Villamín, un gigante malvado que se llamaba Abiyoyo. En el mismo pueblo vivía un niño, llamado Juan. Como era muy bueno, un duende le había regalado un instrumento mágico: el ukelele. Sonaba como una guitarra: Rin-rin-rin.

Tocaba y aparecía botes de zumo para todos los niños; o juguetes para los niños más pobres, o curaba a su amigo de una enfermedad...

Un día, en el pueblo, se oyó un gran grito: ¡Aaaaaaaggggggg! ¡Tengo hambre!

Era el gigante Abiyoyo. Había salido de su cueva y bajaba al pueblo a comer lo que encontrara: animales, niños.

Era tan alto que cuando salió de la cueva parecía de noche porque no dejaba pasar el sol. Todos en el pueblo tenían mucho miedo. Fueron corriendo a avisar a Juan.

Juan cogió el ukelele y salió al encuentro del gigantón:

- Ja, ja, ja...¡Por fin encuentro algo tierno que comer!

- No, por favor, no me comas- dijo Juan.

- Sí. Vas a ser el primer niño que devore hoy. Serás el aperitivo de mi banquete.

- Por favor...Al menos déjame despedirme de mi ukelele. Déjame tocarlo por última vez.

- ¡ Qué tontería! ¡Vale, vale!

Juan comenzó a tocar y con sus poderes mágicos hizo que el gigantón, poco a poco, se pusiera a bailar. Bailaba, bailaba y bailaba, cada vez más rápido, con mayor ritmo.

- ¡Basta, basta! – gritaba.

Pero seguía y seguía, hasta que Abiyoyo, cansado y mareado, cayó en tierra.

Juan cambió de ritmo. Ahora tocaba el ukelele dulcemente. Poco a poco y a su lento ritmo, el gigantón fue haciéndose cada vez más pequeño, más pequeño, hasta desaparecer tragado por la tierra.

Todo el pueblo estalló de gozo. Abrazaron y sacaron a hombros al pequeño Juan que misteriosamente les había salvado...

Y colorín colorado...

Pablo y Laura se habían escondido bajo las sábanas por miedo a Abiyoyo. Mamá Nieves sonrió y dijo:

- Buenas, noches mis niños...

Y se oyó unas voces que salían de allá abajo,,,

¡Hasta mañana, mamá...!

Las tres gotas de agua

Había una vez – comenzó mamá Nieves aquella noche – tres gotas de agua montadas en una nube. Desde allí arriba veían todas las cosas.

Pero poco a poco se aburrieron de no hacer nada. Entonces Petrina - que así se llamaba la primera gota – miró a lo lejos y vio el mar.

- ¡Qué grande y qué bonito...!¡Yo quiero ser tan azul e inmenso como él. Dicho y hecho. Saltó de la nube y se arrojó al mar. Allá cayó y una pobre gota se perdió para siempre entre las olas del mar.

Silvina, que así se llamaba la segunda, vio una fuente, llena de agua, enorme y muy bonita que adornaba la ciudad.

- ¡Qué bonita...! ¡Yo quiero ser como esa fuente!

Y allá que se fue de cabeza. Cayó en ella y allí se perdió para siempre.

La tercera gota, Lucina, miró atentamente y vio a lo lejos una flor que se secaba y marchitaba por la enorme sequía.

- ¡Pobrecita! – se dijo - ¡Si yo pudiera ayudarla!

Sin pensárselo más se tiró de cabeza y cayó en el centro de la flor. La flor, al sentir el agua comenzó a vivir, a sonreír, a adornar aquel bonito jardín que disfrutaban los niños

- Qué gota tan buena, mama- dijo Pablo.

- Gracias a ella pudo vivir la flor, ¿a que sí? – exclamó Laura.

- Sí, hay personas tan generosas que son capaces de dar hasta la vida por los demás.

- ¿Sííí? – dijeron a la vez Laura y Pablo

- Pues claro. ¡Venga niños a dormir! – dijo mamá apagando la luz

El pequeño Tulipán

- Mamá, mamá, ¡Nos cuentas un cuento?- dijo Laura

- ¡Venga, mami...!- insistió Pablo.

- Vale. Pero luego a dormir

Había una vez – comenzó mamá- una pequeña semilla, llamada Tulipán, que vivía bajo tierra en un hermosos jardín. En aquel jardín lucían hermosas flores: rosas, jazmines, margaritas, claveles...

Un día Tulipán oyó que llamaban su puerta, arriba, en la tierra.

- Toc, toc.

- ¿Quién es? - dijo Tulipán.

- Soy la lluvia que quiero entrar.

- No se puede llegar. Estoy muy abajo - respondió Tulipán- .

Y la lluvia se fue muy triste.

Al cabo de unos días otra vez oyó en su puerta

- - Tap, tap

- -¿Quién es?

- Soy el sol que quiero entrar para darte la luz y el calor que necesitas..

- Es imposible. No llegarás. Estoy muy abajo.

También el sol se fue muy apenado, pues nada podía hacer.

Unos días después Tulipán oyó allá arriba en su puerta:

- Pío, pío. Soy yo un pajarito. Me han avisado y vengo a sacarte de la tierra con la lluvia y el sol.

- No podrás. Estoy muy bajo – dijo Tulipán

Pero el pajarito con su pico empezó a hacer un agujero en la tierra, Por fin con mucho esfuerzo logro llegar hasta la semilla Tulipán. Por el agujero que había hecho entraron enseguida la lluvia y el sol.

- Gracias, gracias, gracias – repetía Tulipán una y otra vez.

Así salíó de bajo tierra, comenzó a crecer y fue una de las flores más bonitas de aquel jardín.

Y colorín colorado,,,

- Jo mamá, ¡cómo han ayudado a Tulipán! – dijo Laura

- Si no por ellos...- añadió Pablo

- La naturaleza nos da ejemplo. ¡A dormir! – añadió mamá Nieves.

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